Cúmulo de anécdotas, juicios, divagaciones y elucubraciones, de asociaciones libres o forzadas de autoría de una mente ... peculiar

martes, 7 de agosto de 2012

El Niño Tortuga


Estar siempre solo no era fácil; era simple. Cada problema era solo su problema. Tal vez no podía resolverlos todos, pero ¡qué rayos! No le causaba dificultades a nadie ni se veía obligado a pedir ayuda. Como el día en que se cayó de espaldas por intentar cargar solo tantas manzanas. El caparazón no lo dejaba levantarse. Rodar de derecha a izquierda no parecía ayudar. Los abdominales tampoco parecían una técnica adecuada para lograr sentarse. El Niño tortuga ni siquiera estaba seguro de tener músculos abdominales. Todos los que conocía –solo los conocía, no daba casi a nadie el título de “amigo”- solían decir que era muy inteligente, pero las ideas se le agotaron rápido y, como siempre, se portó como un enorme tonto. Reaccionó de la única manera que siempre lo había hecho: su caparazón devoró su cuerpo y sus preocupaciones. El mundo y sus dificultades desaparecían dentro de sí mismo.

La comida no era problema. Las manzanas lo alimentarían hasta que se le ocurriera qué hacer. El árbol del que sacó las manzanas le proveía de algo de sombra. Nada de qué preocuparse. El Niño tortuga decidió darle una pequeña mirada a la realidad. Solo un instante, el mundo real no es algo que soportara demasiado. Una mañana adivinando formas en las nubes. Una tarde quemándose las pupilas con un sol rojo. Una noche tratando de reconocer constelaciones. Amanecer pensando en tantas cosas que podía hacer solo.

Después de dos días ya casi no quedaban manzanas. Ni le quedaban ganas de tratar de ponerse de pie. Su vida iba a terminar a causa de simple apatía. O esa creía el Niño tortuga hasta que apareció la conejita Moki-chan. Una conejita de Pascua japonesa (¿La Pascua se celebra también en Japón? Ni idea, pero se vería adorable con una canasta bajo el brazo). De su nombre se enteró después, ahora los recuerdos se mezclan en su cabeza. De lo que sí se acuerda es que primero lo salvó –le dio la vuelta entre risitas tiernas, tenía mucha más fuerza de lo que parecía– y luego se presentó.

Conversaron como el Niño tortuga no había hablado con nadie nunca. Jamás había sentido que alguien pudiera entenderlo así. Sintió esperanza. Moki-chan cuidaba que no volviera a caer cada vez que caminaban juntos. Él se atrevió incluso a tomarla de la mano. Ella encontraba cosas lindas en el bosque para regalarle: así sea una roca de forma graciosa, una flor, una hoja, él las guardaba con mucho cariño en su caparazón y las contemplaba cuando ella no estaba. El Niño tortuga intentaba corresponder las atenciones, pero jamás pudo abrirse lo suficiente para formar un vínculo completo y real con ella. Aunque lo intentaba mucho. Sin importarle eso, la conejita hacía al Niño tortuga sentir por primera vez que no estaba solo. Ella le regalaba siempre una manzana para el camino. El Niño tortuga nunca se lo dijo, pero cada vez que se despedían, él sentía que no tenía a donde ir. Así que: ¿camino? ¿Qué camino? Le costaba mucho comerse esas manzanas. Prefería guardarlas como un recuerdo de la conejita. Acariciarlas, olerlas, contemplarlas, imaginarse compartiéndolas con ella.

Moki-chan parecía siempre muy consternada por lo que casi le pasó. Al Niño tortuga le intrigaba esa actitud: ¿por qué ella se preocupaba por él?
-No pasó nada, siempre me he cuidado solo.
-Me importas. No quiero que te ocurra nada malo, por eso me preocupo.

¿Qué significaba eso? Él no lo entendió hasta mucho después, cuando pasear juntos ya se había convertido en una linda tradición. No apreció sus buenas atenciones hasta que ella se sintió herida por su indiferencia y falta de confianza para compartir sus problemas con ella. No tenía excusa, es lo que hacen las tortugas. Para algo había tardado tantos años en conseguirse un reconfortante caparazón que lo protegía, ¿cierto?

No, no es cierto. Tenía que abrirse. Dejar entrar a la conejita de verdad en su corazón. Moki-chan se fue llorando la última vez que pasearon. El Niño tortuga decidió deshacerse de algo que lo había acompañado toda su vida pero que lo aprisionaba: su caparazón. Salir de él no fue fácil. Tuvo que renunciar a lo único que le daba seguridad. Aunque sabía que ese aislamiento era una falsa sensación de protección. Pero solo así estaría listo para compartir de verdad una vida con la conejita de Pascua (Si es que ella aún lo quería).

Toda buena historia termina no necesariamente con una lección moral para el protagonista, sino con un cambio significativo en su forma de pensar. Así funcionan las historias, el Niño tortuga lo sabía. Lo que no sabía es cómo terminaría la historia, porque no dependía solo de él. El Niño tortuga lo arruinó. Solo tenía una idea que le daba una pequeña esperanza: escribirle una carta a Moki-chan. La dejaría bajo el árbol de manzanas en el que se conocieron, donde ella lo salvó de la soledad. Sabía que ella pasaría por allí alguna vez, al menos para recordar.

Dejó la carta bajo el árbol. Quizá la lluvia la vuelva ilegible. Quizá la conejita no quiere volver a pasar por allí. Quizá alguien más se la lleve y la historia le enternezca o le resulte indiferente. Tenía fe en que el destino guíe a Moki-chan hacia él. El Niño –ya no Tortuga- dejó la última página en blanco con solo una pregunta:

¿Cuál es el siguiente capítulo de nuestra historia, conejita?

jueves, 7 de julio de 2011

La tecnología no me quiere...¿tú sí?

Mensaje que pretendía ser dejado en secreto en tu msn para ser leído como sorpresa. Por alguna razón (probablemente la extensión) no fue posible. Tal vez vuelvas a entrar algún día a este blog y lo leas.

Siempre pienso en el día en que tomaste esa foto: me hace sonreír y me recuerda por qué te amo tanto. En un arranque de tontuelo, te regalé esa flor que encontré cerca de donde nos sentamos a descansar después de haber caminado por horas fotografiando a los animales (excelente excusa para conocernos mejor y perfecta oportunidad para enamorarte con detallitos y ensimismarme en tu voz, imaginando cuan feliz sería a tu lado). Sabía que el color te iba a gustar -cada conversación que tenemos es para mí una fuente de información para idear un nuevo plan para engreírte- y tenía también en mi bolsillo la joyita que te había hecho en el verano, cuando te amaba sin atreverme a decirlo ni a mí mismo. ¿Era acaso la oportunidad memorable que esperaba para declarártelo? No me atreví. Me dije que no era posible que alguien tan perfecta como tú se fijara en mí.
No sé si te he dicho ya todo esto...supongo que te cansarás de mi floro algún día. Me esforzaré por encontrar nuevas maneras cada día de decirte TE AMO de mil formas diferentes.
Tampoco te he dicho que dedico al menos 15 minutos al día a buscar esa medallita con tu nombre en hiragana (no sé qué kanjis se usan u.u) y estoy seguro que solo la encontraré un día que sea memorable, probablemente un 23.

Cuando acabes de leer, te ruego me hagas un favor: sonríe. No dejes de sonreír que no hay nada que adore más que verte feliz (Y mándame también un mensaje de texto con solamente un :) )

Te amo.

domingo, 24 de abril de 2011

No soy nada romántico

Nunca antes una declaración de amor fue tan torpe (probablemente sí, pero así es como me siento: como un extremo caso terminal de inoportunismo, desconsideración y estupidez). Lo arruiné. Desde hacía meses hice una joya conmemorativa del día en que te declarara mi amor y tuvo que perderse. Cualquier psicoanalista amateur diría que no existen hechos casuales; que esa pérdida fue intencional para darme una excusa a mí mismo para no decírtelo y huir así de la posible felicidad y la posibilidad de una fractura de corazón.

Me atreví...en el peor momento y lugar posible. Casi una hora después de esperar tu respuesta (o tal vez más o menos, no lo sé, el tiempo se disolvió en la vergüenza), nos separamos. Me rendí y decidí hundirme en una nueva depresión. Las razones que me llevaron a hacerlo ni yo las puedo señalar, fue un impulso incontrolable, fue inexplicable: fue amor.

La fuente de mi tristeza ocurrió ayer; la de mi alegría, hoy. Un mensaje de texto tuyo me pidió revisar mi correo. Leí extasiado.

¿Ya puedo decirlo? ¡TE AMO! Por la niña adorable que eres, por ser la madura mujer con la que quiero compartir mi vida, porque me haces sonreír, porque me encanta pasar tiempo contigo, porque, como nadie en este mundo, me entiendes.

Pero aún no puedo decirte esas palabras. Quiero conocerte más para que mis sentimientos sean creíbles para ti, tanto por su cantidad como su intensidad.

Te amo (pero no te lo diré aún, Masami-chan) Discúlpame por eso y también por no contarte de la existencia de este blog. Pronto estaremos juntos para siempre.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Inconsecuente niñita

"Tirado en la cama, SOLO. Al fin de vacaciones del supuesto necesario aleccionamiento de la educación privada orientada hacia la consecución de la independencia económica (y nada más), valor supremo de la "ideología" actual. Me he pasado toda la mañana riendo gracias al artístico sufrimiento de las torturas a Filler Bunny, del amor paternal que es profesado a Squee, de los sensatos desvaríos de Nny, de los mensajes subliminales en cada absurdo panel de Jhonen Vazquez que me hacen recordar -y reirme aún más de- la inmundicia de nuestra realidad y de que ésta es mi verdadera personalidad, que he mantenido absurdamente oculta a cambio de algo de aceptación -y el extraño nuevo concepto de "amistad"- por parte de un hato de subnormales incapaces de admitir mi superioridad: el mismo triste caso de Wobbly Headed Bob.

¿Efectista corta reseña del trabajo de Vazquez? ¿o muestra tangible de mi necesidad de expeler a arcadas por fin toda la repulsión que parasaita mis tan ocultas vísceras?

Incomprensión, expectativas mi comportamiento como normal y sociable, represión de mi incoherente esencia, cobarde claudicamiento ante el consumismo para materialista satisfacción ajena: me he traicionado a mí mismo por un poco de repulsivo contacto humano. Nevermore."

Dijo la inconsecuente niñita que babeará y sonreirá con honesta alegría la próxima que deba tragarse su orgullo y desvivirse por algo de atención y cariño.

martes, 30 de noviembre de 2010

La libertad de la Valquiria

Hoy la Valquiria besó, por fin, al simple mortal con el que flirteaba desde hace un par de meses. Después de pensarlo un rato, me sorprendió darme cuenta de que eso no me hizo sentir nada. Es más, me dio alegría por ella de que por fin consiguiera algo de la libertad que le ha sido negado por su familia durante toda su vida como princesa encerrada en un castillo. Además, esto me da a mí más libertad, su estado de ánimo no dependerá ya solo de mi poca pericia en conversaciones frívolas. Espero que sea feliz con su aventura a escondidas y que la granada, por muy potente y pasional que sea, no le reviente en la mano el día que todo salga a la luz y que sus padres no me reprochen el que yo lo haya sabido todo este tiempo y no les haya informado -ido con el chisme- del peligro que ha estado corriendo su niña. ¿Debería estar celoso? ¿molesto? ¿decepcionado? Nah, solo algo preocupado por, si es que esto no funciona, tener que meterme al papel de paño de lágrimas por enésima vez: ya me cansé. No me he cansado de ser el amigo siempre presente en el momento que lo necesite, no dejaré de serlo jamás, pero el desfile de idiotas ya me aburrió. No diré más cursilerías como "no te merece" o "no te entiende", no espero tampoco que pase "algo más", pues he llegado a entender muy bien la situación y lo que busco y quiero. Por otro lado, es tu vida y tienes todo el derecho de equivocarte como te plazca, dicen que de esa manera se aprende (por desgracia, he sido bendecido con el don de la infalibilidad, por lo que jamás aprenderé). Solo procura conversar con tus padres y darles algo de confianza, no son malos y aunque no lo creas te quieren mucho.

Sigo insensible ante el suceso.

¡Genial!

Dormiré tranquilamente.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Lingüística y Perversiones

Hoy Borges y la Enciclopedia de Tlön me recordaron por qué me enamoré de la lingüística. Después de leer ese cuento por primera vez, emocionadísimo, me convencí de que la ideología de una sociedad depende primordialmente de la convención -idioma- que construyen para expresar sus ideas y las poéticas lenguas del hemisferio sur de Tlön, carentes de sustantivos, me hicieron entender las infinitas posibilidades del lenguaje.

Apenas termine mi resignación (carrera) de periodista, estudiaré lingüística en San Marcos, por suerte no voy a pagar pensión, pero apenas tendré tiempo para ejercer de comunicador. Los trabajos serán malos y mal pagados, no me importa. Lo volví a entender, lo había olvidado por estar tan feliz y entretenido: necesito a las humanidades, necesito una ocupación que me acerque a los libros y me aleje de la gente. Gente que siempre me ha preguntado ¿para qué rayos sirve la lingüística? A lo que siempre he respondido con una anécdota:

¿Sabes por qué a las mujeres promiscuas se les dice "perras"? En el imperio romano existía la lupa -loba en latín- que era una prostituta que aullaba por las noches para revelar el camino al lupanar -guarida de las lobas: prostíbulo- y atraer así clientela. Algunas usaban pieles de lobo a modo de capas, pues pertenecían a un culto a la loba madre adoptiva de Rómulo y Remo, fundadores de Roma, que los amamantó cuando fueron abandonados en el bosque, esta lupa fue, en realidad, una prostituta. Así que este viejo oficio era una homenaje de estas mujeres a la colega madre de toda Roma. (En este punto del relato usualmente surgen unas cordiales risas, no sé qué tan sinceras, y unos cuantos interesados aciertan a preguntar ¿por qué se pasó de loba a perra?) Por la proximidad del referente cultural, respondo ufano, no tenemos muchos lobos por aquí, ¿verdad? Así que en los lugares en que hay zorros es más común referirse así a estas alegres chicas, igual pasa con nosotros. que jamás vemos ni lobos ni zorros, lo más cercano que tenemos a eso es un perro. Ah mira tú, qué interesante, es el comentario final más común, ya satisfechos no se vuelve a tocar el tema, pues la mayoría solo encontró aburrimiento en mi relato. El cuentito sirve también para reafirmar una característica esencial de mi identidad: Mauricio sabe cosas. Confieso que ya ni recuerdo mi fuente para este dato histórico, pero confío en su fidelidad tanto como en mi capacidad intelectual (noten el sarcasmo, por favor).

Así que cuando la profesora de Historia del Arte -todo periodista debe ser culto y saber de todo, ¿no?- pidió una infografía acerca de una curiosidad histórica relacionada de alguna manera con el arte, esta anécdota saltó a mi mente. Ésta y un par más, como por qué Napoleón aparece en sus retratos siempre con la mano en su vientre escondida bajo la ropa o el falsificador de pinturas Elmyr d’Hory de cuya vida Orson Welles hizo una película, pero mi necesidad de molestar y escandalizar pudieron más. Gran parte de las cosas que hago, las hago solo "por joder", este es un ejemplo excelente. La lupa, Mesalina y los sprintiae se unieron para formar un retrato de la perversión de Roma. Disfrútenlo



Gracias enormes a JaZz (que nunca leerá esto) por no dormir para encargarse del diseño de TODO, por calar fotos, escoger imágenes, multiplicar el fondo, elegir la fuente, organizar la información y todo ese trabajo para el que soy un inútil, pues mi labor se limitó a la elección y desarrollo de la información. El resultado exuma la inspiración que solo el arte de hacer todo a última hora puede proporcionar: los últimos detalles fueron terminados minutos antes de la impresión, después de que empezara ya la clase; algunos trozos de texto fueron escritos por mí en el bus de camino a la universidad y enviados por sms; ya en la imprenta, incluso se fue la luz.

martes, 9 de noviembre de 2010

Online Love (puaj!)

Texto escrito de 11 pm a 6 am con cabeceos intermitentes. Sin ningún conocimiento de los temas tratados en clase, el autor está desesperado por sacarse de la manga una solución creativa a su ignorancia. La historia se le fue ya de las mangas y manos, no sabe qué tanto conoce a los personajes o si le recuerdan a alguien. Seguirá escribiendo sin pensar hasta que deba irse a la universidad. Sustentar esto oralmente será lo de menos, con el "escribí una historia" ya tiene al profesor en el bolsillo, pero se le escapan otras implicaciones que no tiene muy claras aún.

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La tarea no es simple, reducirse a unas cuantas palabras, midiendo el nivel de originalidad necesario para ser interesante sin caer en la peligrosa etiqueta de “raro”. Después de mucho pensar, quedó un textito que consideró adecuado: soy un tipo divertido, sociable, gracioso, me gusta bailar y salir con mis amigos. En intereses, indicó los museos y la pintura. La última parte parecía desentonar un poco. No estaba seguro de incluir su extraño hábito de deambular por museos admirando pinturas, seguro todas las chicas pensarían que era un aburrido. Ya consideraba que era una pérdida de tiempo inscribirse en una página web de citas, como si su facebook no fuera suficiente, pero tal vez una chica leyera su perfil, llegara a conocer su verdadero yo y así podrían acercarse sin la incomodidad de la presencia física, sin todos esos molestos gestos que lo hacían sentirse tan incómodo, las manos sudorosas, el excesivamente rápido latido de su corazón, la necesidad de acercarse y sentir el aroma de la otra persona. Ahora solo necesitaba una fotografía más o menos decente para completar su perfil, en la que pueda verse su mejor ángulo, que noten que algo de guapo tiene, que salga con buena ropa, no es que sea superficial o materialista, pero una buena camisa de marca no hace daño y puede ayudar a verse un poco mejor, así se creía capaz de resaltar entre otros candidatos.

Después de meditarlo mucho, ella se describió como una chica divertida, feliz de la vida, amiguera e independiente, a pesar de no que esta imagen no se adaptaba del todo a ella. Uno de los intereses que marcó fue la pintura, como de pasada, porque no quería ahuyentar a posibles aspirantes a novio por ser demasiado pretenciosa intelectualmente. Sus amigas la habían convencido de inscribirse en ese sitio, no tenía nada de malo, qué le costaba, donde tal vez conociera un chico interesante, pues, como le decían, solía ser muy exigente con los que conocía en persona y los descalificaba de inmediato. Así entendería que debe tener citas y salir para conocerlos, portarse linda para agradarles y no buscar al príncipe de su vida, con el que suene un coro de ángeles al conocerlo, sino a un buen chico – cuya personalidad se resumía en apenas unos cuantos ítems – con el que se sintiera cómoda. Tenía que salir muy alegre y bonita en su foto, alguna de las de la hora loca del fin de semana anterior serviría, le aseguraron, sí, claro, con lo preciosos que son los gorros de espuma (Ay, no te hagas, que fuiste al salón a maquillarte y peinarte antes de esa fiesta).

No necesitaron buscarse, el interés común de la pintura hizo que de inmediato la máquina del amor no dude y los señale como almas gemelas, porque el gusto por el arte es tan insólito que todos sus aficionados son amigos o novios entre sí. Los dos estaban cansados de estar solos, de no encontrar a nadie que cumpla sus expectativas, así que decidieron explicitarlas y ser objetivos y lógicos en la búsqueda ya no del amor, sino de alguien con quien pasar el rato. Las citas no eran lo divertido, sino una formalidad para saber si se seguirían viendo.

La conversación inició por internet, donde pudieron empezar a conocerse, bueno, a conocer lo que cada uno quería mostrarle al otro. Así cada uno aprendió la historia familiar del otro: la zona de residencia, el colegio al que había asistido, la universidad en la que estudiaba, sus películas favoritas, los libros que había leído, sus hobbies, sus gustos y disgustos con el mundo. Ella se dio cuenta de que la supuesta alegría perpetua que irradiaba era una máscara contra el rechazo y el sufrimiento. Él notó su esfuerzo por reprimir una inteligencia demasiado grande que causaría problemas si se manifestaba en la mediocridad reinante. Ella conoció sus períodos de aislamiento y su odio al mundo, que en el fondo no eran más que miedo. Él supo de sus problemas de autoestima a pesar de su atractivo físico, inteligencia y atrayente personalidad. Ambos sintieron que el verdadero yo de cada uno, ahora incorpóreo, se reveló mucho más transparente y no fueron estorbados por la incomodidad del plano físico. Aunque no lo quisieran conscientemente ambos se juzgaron y el juicio fue positivo.

Pasaron 4 meses de relación online, ambos sabían que vivían en la misma ciudad y el encuentro debía llegar en algún momento. Ambos se preparan para una posible desilusión. Primero conciertan la cita por teléfono, escucharían sus voces por primera vez, la expectativa los aterraba y ¿si no confiaban en sus voces? Ya se habían visto por cámara web y hablado por micrófono pero estos aparatos – por suerte hasta ahora – nunca muestran la realidad completa. Una vez decidida fecha y lugar, tuvieron una semana para fantasear con posibles resultados, ¿será como en su foto?, ¿me tratará igual?, ¿discutiremos por algo?, ¿nos aburriremos?

Lo curioso es que no habían hablado mucho de lo primero que los unió, casi sin que ellos se den cuenta: la pintura. Ella adoraba la suprema minuciosidad de Van Eyck; él, los inexplicables juegos de luces y sombras de Rembrandt. Ninguno había tenido hasta ahora la posibilidad de admirar un cuadro real de sus artistas favoritos y no habían querido ser pomposos al hablar del tema, por lo que ambos consideraban que era apenas un hobby más, sin mayor o menos importancia en su vida que los otros. Después de la primera cita en un café, ninguno de los dos salió decepcionado, sí, no era lo mismo, pero a pesar de ser diferente no era malo. Podían conversar, reírse, comentar lo que les había pasado, aunque existía la desventaja de no poder mandarse links a páginas divertidas cuando decaía la plática. Sin saber cómo, el tema del arte surgió en el café, pero solo con unas frases tímidas, ninguno se atrevió a improvisar un monólogo elogiando a su artista favorito, sin embargo, acordaron encontrarse la siguiente semana para una nueva cita, esta vez en el museo, aprovechando la exposición de las obras de Dalí que habían llegado a Lima.

La segunda cita transcurrió en un silencio respetuoso y admirado, pero que fue interpretado como aburrimiento e incomodidad por no saber qué decir. Apenas y se prestaron atención, caminaban de una pintura o escultura incomprensible a otra: hombres azules y dorados con cajones en el pecho y relojes derritiéndose transmitían un aura que los dejaba mudos, a ellos que habían conocido el arte por medio de imágenes de internet y láminas escolares, estar ahora frente a los originales, en los que el autor había trabajado tanto personalmente, estaban rodeadas de una atrayente sensación de infinitas cercanía y lejanía, que no era posible reproducir en las copias que habían visto hasta entonces. Las personas viven ahora con la idea de que es posible encontrar cualquier cosa en internet y que pronto todo podrá hacerse mediante una computadora, pero por muy real que sea la realidad virtual del paseo online del Louvre, no habrá jamás un punto de comparación con la experiencia real. Al igual que leer un libro virtual y uno físico, tal vez no sea una obra original del autor, tal vez su mano no se haya posado en esas páginas, pero emite también un aura, por sientes que esas palabras han sido escritas para ser leídas en papel, no en una pantalla, así sea plasma de alto contraste que no maltrate la vista. Pensamientos muy similares recorrían sus mentes, pero ninguno de los dos se atrevió a compartirlos, seguro pensaría que soy muy raro(a). Y, sin embargo, se seguían sintiendo atraídos, querían estar juntos, pero más que por ese momento, por el recuerdo de sus especiales conversaciones en internet.

Al salir del museo, se detuvieron en unas bancas cerca de la entrada, se sentaron y ella lo miró a los ojos apremiante: dilo ya. Él había ensayado un discurso para la primera vez que se lo dijera, su mente se quedó en blanco al notarla tan cerca. Estoy enamorado de ti, fue lo único que alcanzó a decir, en contraste con su usual elocuencia online, se acercó a besarla y los minutos escaparon de esa banca. Se despidieron felices como niños, algo confundidos, él con una falsa certeza que ella no tenía de ninguna manera.

Pasaron meses de encuentros y conversaciones online, pero algo se había roto.

Y así como todo comenzó, todo murió sin explicación alguna. En las semanas siguientes la relación fue decayendo. ¿Fue alguno el culpable? Simplemente no tenían ya nada más de qué hablar o eso se dijo él, no había nada especial que los uniera, ya solo la costumbre, pensaba ella. Intentaron conversar por internet nuevamente pero ya la conversación se quedaba en terreno superfluo, con comentarios de sucesos aleatorios y risas forzadas. Él no sabía si seguía enamorado, ella ni siquiera estaba convencida de por qué se había sentido atraída hacia él, si ni siquiera tenía ningún mérito. Él decidió no hacer nada, que la inacción hable por sí misma. Ella se aburrió de esperar que él intentara arreglar las cosas. Ya ninguno de los dos veía nada especial en el otro, eran personas comunes y corrientes, habían caído en la homogeneización de la que intentaban huir.

Tanto esfuerzo para nada, él llenó el nuevo perfil, ahora de su blog de textos de odio visceral contra el mundo, con las características de su nueva verdadera personalidad: amargado, decepcionado de la vida, asqueado de la banalidad de la interacción humana. Ella no volvió a acercarse a una computadora para socializar, a la gente la debía mirar a los ojos para conocerla, estar cerca de ella para sentir la vibra, buena o mala, que transmitían, conversar escuchando cada inflexión de voz. El internet nos abre la puerta hacia la diversidad, pero nos estandariza primero antes de cruzarla, al conocernos online somos todos sociables y divertidos, nadie tiene problemas para hacer amigos ni períodos en los que prefiere estar solo, nadie considera razonable no compartir cada detalle de su vida con perfectos extraños, nadie cree que no debe subir esas fotos por ser muy personales, todos han olvidado ya el concepto de privacidad, todos tienen 300 amigos en facebook, porque para formar una amistad basta un clic y para encontrar pareja son suficientes unos cuantos checks en una lista.

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Por cierto, sr. Profesor, le informo que me importa un rábano su nota

(Este texto fue escrito con una premura que disculpa la pobreza de la redacción y la cursilería de la temática: ¡no se me ocurría otra cosa!)